Esta semana hemos celebrado el Día Internacional de la Sonrisa y por ello desde Maskom queremos transmitirte la importancia de sonreír, reír y, sobre todo de aprender a regular nuestros sentimientos y trabajar nuestras Inteligencia Emocional.
Hasta hace muy pocos años, a las personas se las juzgaba únicamente por su coeficiente intelectual. Es decir, se valoraba de un modo positivo el destacar en el campo lógico-analítico. Se decía abiertamente que una persona inteligente era aquella con amplios cono-cimientos en una o varias materias. Hoy en día, está sobradamente demostrado que tener un diez en matemáticas no es garantía de que se vaya a triunfar en la vida. Esto no quiere decir que se necesite mucho más, simplemente, que se valoran también otros aspectos
En cada decisión que se toma influye, al menos, una emoción. En muchas ocasiones, se pueden razonar profundamente los pros y los contras de cada actuación pero, al final, en la mayoría de los casos, lo que determina o inclina la balanza será una emoción. Por ello, saber controlar y dominar las emociones nos hace más competentes.
Fue el psicólogo Daniel Goleman quien definió la inteligencia emocional y la puso en boca de todos en 1995. Esto supuso un cambio radical en el mundo de la psicología, ya que, hasta ese momento, tan solo se centraba, básicamente, en trastornos mentales o capacidades de razona-miento. Abrió así un nuevo campo en el que la lucha entre la razón y el corazón volvían a ser los grandes protagonistas. Desde entonces, muchos estudios han demostrado la baja relación entre la que podemos entender por inteligencia clásica y la inteligencia emocional. Esto no quiere decir que sea imposible destacar en ambos campos, tan solo que, por ejemplo, tener una gran capacidad para memorizar o analizar datos no presupone que se sea una persona empática. Es fácil recordar al típico empollón de clase al que le cuesta relacionarse o el que, con su labia, es capaz de ganarse al jefe y subir de puesto sin tener las capacidades técnicas necesarias. Aquí se muestran los dos extremos que existen, pero en el centro hay mucho campo.
Mientras que mejorar las capacidades que definen la inteligencia clásica es difícil en la vida adulta, desarrollar la inteligencia emocional sí está al alcance de cualquiera. Se trata de potenciar las habilidades orientadas a identificar y regular las emociones y sentimientos. Dominar y controlar las emociones puede ser más útil en la vida de lo que muchos creen. De hecho, en el mercado laboral, cada día predomina más la búsqueda de lo que los expertos en Recursos Humanos denominan soft skills. Entre estas ‘habilidades blandas’ –como podríamos traducirlas–, destacan la capacidad de trabajo en equipo, la gestión óptima del tiempo o la facilidad de comunicación o negociación. Todas ellas, habilidades que no se adquieren en una universidad.
Conscientes de lo importante que es la inteligencia emocional en un mundo en el que cada vez es mayor la competencia laboral, muchas escuelas de infantil y primaria empiezan a introducir el concepto de inteligencia emocional en sus programas. Comprender la emociones para saber controlarlas y que no sean ellas las que te controlen a ti es algo básico que se puede empezar a aprender desde muy temprana edad. Los niños son esponjas y lo mismo que aprenden matemáticas o inglés con mayor facilidad que un adulto, también pueden adquirir las herramientas necesarias para saber solucionar conflictos sin dejarse llevar por la rabia o aprender cómo gestionar la frustración.